Reflexiones navideñas de un Papá Noel de centro comercial

 

Te cruzas por la calle con cientos de personas y cada una de ellas contiene un mundo interior cargado de problemas cotidianos del primer mundo. Esquivar transeúntes se convierte en una habilidad inconsciente, mientras cruzas la ciudad en piloto automático desde tu visión subjetiva con tintes ególatras.

Repasas mentalmente tus recientes conflictos y esbozas posibles soluciones a dilemas venideros, cegando así tu percepción del hormiguero que te rodea. Algunos iluminados apagan ese embarazoso carrusel interno para poner el foco en el exterior y analizar a sus coetáneos. Dejar de ser uno más de esos figurantes y pasar a ser espectador de la improvisada obra te coloca en una posición privilegiada. Es entretenido imaginar las infinitas historias que cada individuo debe estar viviendo, las posibles relaciones existentes entre ellos y los dramáticos desenlaces de las mismas.

Estás jugando a ser guionista del momento. Fijas tu objetivo y piensas:

«Ese hombre se llama Cristóbal, va enfadado tras haber tenido una acalorada discusión matutina con su esposa debido a unos gastos de dudosa procedencia. Con mala cara y mucha prisa, tira de sus dos hijas de camino al colegio».

«Aquella joven es Anabel, camina sonriente mirando su smartphone. Seguramente está chateando con ese muchacho que consigue elevarla a la emocionante nube de la novedad. Llegará tarde y con sueño al trabajo, pero con la ilusión nerviosa que sólo una primera cita consigue inducirte».

«El señor del traje parece estar esperando a un cliente, mientras mira impaciente su reloj. Lamenta haber rechazado a su ex y perder la oportunidad de vivir en un entorno rural, trabajando para la granja del que fuera su suegro».

Es divertido conjeturar acerca de la vida de los demás. Del mismo modo que resulta muy fácil dar consejos que solucionen los problemas ajenos, mientras los obstáculos propios nos parecen muros infranqueables.

A menudo resulta buena práctica observarse a sí mismo desde fuera cuando estás preocupado o atemorizado. De este modo, vemos al pequeño niño que en el fondo somos. Podemos vernos apenados y con cara de disgusto, pero al verte en segunda persona logras crear ese espacio necesario para considerar ridículo o incluso patético tu malestar, restándole peso a tus tragedias al considerarte sólo uno más de todo este enjambre.

En medio de mis pensamientos, un crío y su madre me asaltan demandando golosinas y regalos. Había olvidado que voy vestido de Santa Claus a las puertas de estos grandes almacenes. Yo que llegué a esta ciudad con la idílica idea de encontrar la libertad, por ahora sólo soy una pieza más en el mecanismo del consumismo.

Me pregunto qué pensarán de mí esos transeúntes al verme disfrazado de hombretón navideño. He dejado de ser figurante y espectador para ser metanarrador de mi propia miseria. El marketing navideño parece que sigue funcionando después de todo.

La Navidad sirve. La Navidad dispone oportunidades. La Navidad me dispensa esta posibilidad y está claro que la tomo y la aprovecho. Navidar y recibir. Porque el marketing navideño es de todos y para todos, estés en el eslabón en el que estés.

Yo prefiero sacarle jugo. Este atuendo me retribuye con algunas monedas y algunas sonrisas que arranco de los y las que pasan por aquí. “Feliz Navidad”, les digo, y me escuchan, o no. Pero tanto unos como otros salimos ganando, puesto que ahora ya no tenemos nada que perder ante esta época del año de luces y alguna que otra sombra.

Hoy este Papá Noel no llenará de regalos los hogares, pero al menos pagará sus propias facturas, y eso ya es mucho para un nostálgico pensador al que no se le caen los anillos por comenzar desde el escalón más bajo de su pirámide de logros personales.

Y sí, por supuesto que, como decía la canción de Stevie Wonder, la carta a mis tres colegas magos ya está rellenada, sellada y enviada. Pues como alguien me dijo una vez: ‘el primer paso para cumplir un deseo es escribirlo’. Y qué mayor ocasión que esta, en la que lo hacemos todos a la vez.

Que todas vuestras fiestas sean muy felices, incluso las navideñas.

«Carta de un espectador navideño»